Felipe Córdoba no es solo recordado como el contralor que introdujo la inteligencia artificial en los procesos de fiscalización del Estado colombiano. Es también un ciudadano de regiones, con profundas raíces en Pereira, donde aprendió desde joven a ver la desigualdad no como una cifra, sino como una realidad cotidiana.
En una entrevista reciente, Córdoba mostró una versión más íntima de sí mismo. Habló con serenidad sobre su fe en la Virgen María, sobre el papel de su familia como pilar fundamental de su vida y sobre las múltiples pruebas personales que ha debido superar para mantenerse firme en su vocación pública. “Mi familia es mi centro, mi refugio y mi motor. Ellos son la razón por la que sigo creyendo en este país”, afirmó con emoción.
Su paso por la Contraloría General estuvo marcado por un enfoque profundamente humano, incluso cuando se trataba de decisiones técnicas. Implementó mecanismos innovadores para hacer más efectiva la supervisión del gasto público, pero siempre insistió en que los números deben traducirse en bienestar para la gente. Su estilo es directo, sin rodeos, pero empático. Cree que la mejor política pública es la que nace del territorio, de escuchar al campesino, al líder comunitario, al ciudadano común.
Felipe Córdoba también compartió cómo ha sido blanco de campañas de difamación, especialmente en redes sociales. Rumores sobre su preparación académica o ataques a su integridad no lo han doblegado. Al contrario, afirma que esas experiencias lo han hecho más fuerte y más convencido de que el servicio público requiere no solo conocimiento, sino carácter.
En medio de un ambiente político cada vez más polarizado, Córdoba se perfila como una figura de equilibrio entre lo técnico y lo ético, entre lo institucional y lo espiritual. Para él, construir país es un acto de fe, de coherencia y de perseverancia.
